Los estragos del olvido
Hace no muchas semanas los estados del norte de México pasaban las de Caín
debido a la terrible sequía por la que atravesamos, una de las peores en la
historia reciente del país. Zonas metropolitanas relevantes, como la de
Monterrey, quedaron prácticamente secas. Municipios urbanos y rurales de
Coahuila tuvieron que realizar acciones de racionamiento y tandeo para
suministrar cantidades mínimas de agua.
La emergencia, agudizada por la sequía presupuestal que sufren los estados
norteños y ante la desaparición de fondos federales como el Fonden, subió de
escala y llegó a ser el tema de atención prioritaria de la sociedad y los
gobiernos.
Afortunadamente el dios Tláloc fue generoso en septiembre y octubre. Las
presas se comenzaron a recargar, los mantos freáticos a estabilizar, las
entrañas de nuestra tierra a hidratar y los pozos recuperaron, si no todos, gran
parte de sus niveles previos al estiaje. Muy rápido nos olvidamos de la urgencia
de la contingencia y los temas hídricos pasaron a un tercer plano. Menciones
sobre proyectos de gran calado como el Monterrey VI, Agua Saludable para la
Laguna o el de desalinización del agua de mar, así como las opiniones y
aportaciones de técnicos y expertos, dejaron las primeras planas para
desaparecer del subconsciente colectivo.
Dice el dicho que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido, pero
también es cierto que cuando lo recuperamos pronto se nos olvida su ausencia
y volveremos a valorarlo hasta que nuevamente la naturaleza nos lo vuelva a
regatear.
Durante las semanas álgidas de la seca la atención se centró en encontrar
nuevas fuentes de abastecimiento, dejando de lado la principal causa del
desabasto: las fugas. De estas existen dos tipos, las fugas generadas en la red,
por su desgaste a través de los años y por su obsolescencia; y las fugas que se
presentan en el interior de los domicilios por no racionar el consumo del agua.
Para reparar las primeras se requieren inversiones millonarias y complejas,
difíciles de ejecutar en el corto plazo. Para reparar las segundas es menos
complicado. Sí debemos seguir trabajando en fortalecer la cultura del agua y
hacer conciencia en el ciudadano de la imperiosidad de su cuidado, pero acudir
únicamente a su buena voluntad no es suficiente.
Se debe generar el incentivo correcto que en este caso es el económico. Nadie
cuida lo que no le cuesta y no se puede mejorar lo que no se mide. Por eso
cada casa, comercio e industria de este país debe contar con un equipo de
micromedición, y que el cobro que se realice por metro cúbico de agua refleje
el costo real de potabilizarla, conducirla, distribuirla y, sobre todo, de no
tenerla.
Que los usuarios contribuyan de manera adecuada en función de su consumo
al sostenimiento de los sistemas de administración del vital líquido genera un
utilizaremos el agua de manera óptima y estaremos listos para enfrentar la
próxima crisis hídrica que, con toda seguridad, tarde o temprano volverá a
llegar.