
Momentos para siempre
Ahora que mi hija hizo su Primera Comunión no pude evitar recordar con
nostalgia el momento de la celebración de su primer sacramento. Para el
Bautizo la llevé en mis brazos a la iglesia, una hermosa criatura diminuta que
recibió el agua bendita en su frente y el Santo Crisma en el pecho. Ahora, casi
a la altura de mi hombro, camina sola rumbo al altar a recibir, por vez primera,
el cuerpo de Cristo.
¿En qué momento me creció mi pequeña? Entre su Bautizo y su Primera
Comunión pasaron nueve años que se me hicieron como nueve minutos. Siento
como si fuera ayer el día que la llevamos al kínder por primera vez; hoy, ya va
a la mitad de su educación primaria. Qué rápido pasa la vida cuando se trata
de las personas que amamos.
Por supuesto que los sentimientos son encontrados. Por un lado, la felicidad y
el orgullo de verla crecer, de compartir momentos especiales, de atestiguar su
desarrollo físico e intelectual, de admirar su inexorable transformación en
mujer. Pero, por el otro, la tristeza de estar consciente que cada día que pasa
se acerca el momento en que dejará el nido, la angustia de saber que se
enfrenará a un mundo cada vez más convulso y la impotencia de entender que
será muy difícil cambiarlo.
La violencia de género, especialmente contra la mujer, es un flagelo que sigue
azotando a la humanidad y en países como el nuestro, desgraciadamente,
sigue sin dar tregua. A quienes somos padres de niñas, la frecuencia de
noticias sobre feminicidios, violaciones y acoso sexual, entre otras, lejos de
normalizarse y quitarnos capacidad de asombro, nos exacerba, indigna y
preocupa.
El instinto protector que nos asigna la naturaleza a los padres para con
nuestros hijos, especialmente con las niñas, debe ser contenido con sabiduría,
encontrando un punto medio que no exponga a nuestros pequeños a riesgos,
pero evitando una sobreprotección que no los rete ni los enseñe a defenderse
por sí mismos. La tentación de intervenir muchas veces es grande, y en
ocasiones el hacer lo correcto nos deja con el corazón apachurrado, pero es
importante que no intervengamos en su desarrollo y los dejemos aprender
lecciones.
Después de mucho reflexionar sobre qué debo hacer como padre para cuidar a
mis hijos, a mi hija principalmente, sabiendo que no siempre estaré a su lado
para protegerla, creo que son varias cosas. Una es tratar de alejarla lo más
posible de las amenazas y riesgos que enfrentará allá afuera. Otra, sí educarla
en los valores que son deseables para nuestra sociedad, pero prepararla
también para enfrentar las circunstancias adversas.
Si todos como padres ponemos nuestro granito de arena podremos ser el factor
de cambio y convertir gradualmente al mundo en un lugar menos hostil y más
armonioso para nuestra decendencia.
El tiempo pasa volando. Mi bebita ya es una niña en proceso de convertirse en
mujer. Ya me di cuenta de que no puedo detener el reloj, pero lo que sí puedo
hacer es estar presente, disfrutarla al máximo y vivir intensamente cada
momento con ella. Esos momentos son los que quedarán para siempre.