
Mano dura
A los gobiernos se les asignan muchas funciones: la de proveer infraestructura
física adecuada, el combate a la pobreza en aras de lograr justicia social, la
oferta de salud pública digna y de avanzada, la gestión de un sistema
educativo que prepare adecuadamente a nuestros niños y jóvenes, entre otras.
Pero hay una que últimamente se ha desdeñado y debiera ser la prioridad: la
seguridad pública.
De hecho, los grandes filósofos del pasado le asignan a esa función la
paternidad de las diversas formas de gobierno. Combatir la inseguridad es la
razón por la que existen las monarquías y las repúblicas. Veamos.
Thomas Hobbes, filósofo inglés, sostenía en sus tratados que en su origen los
seres humanos vivían en un Estado Naturaleza en el que prevalecían las
pasiones y la igualdad de todos era lo que generaba una mutua desconfianza y
en consecuencia se vivía un estado perene de violencia. Nadie estaba seguro y
se temía permanentemente por la vida.
Finalmente, hombres y mujeres se pusieron de acuerdo, generando el Pacto de
la Unión en el que cedieron todas sus posesiones, su poder y sus derechos, con
excepción al de la vida, a un soberano, quien a cambio solo se comprometía a
garantizar la integridad física de los miembros la comunidad. Así nacen las
monarquías y las personas se convirtieron en súbditos.
Jean Jacques Rousseau, filósofo suizo, mantenía una idea contraria, pero con un
desenlace similar: en el Estado Naturaleza los individuos son puros e inocentes.
Viven de forma independiente, en paz y armonía, hasta que las amenazas de
fenómenos naturales y la embestida de otras especies pusieron en riesgo su
sobrevivencia. Se congregaron para protegerse y esa relación generó
desigualdad, conflicto y guerra permanente.
Para remediar esta situación, las personas acordaron ceder todos sus derechos
y poder a la ley y las instituciones mediante el establecimiento de un Contrato
Social, con la condición de que esa ley garantice su integridad física y que
vuelva la paz social. Así nacen las repúblicas y las personas se convirtieron en
ciudadanos.
Sin duda, todas las funciones de los gobiernos son relevantes, pero no
debemos perder de vista las razones de su origen. Los gobiernos que fallen en
otorgar seguridad pública a sus ciudadanos o a sus súbditos, si no pueden
garantizar su integridad física ni el respeto irrestricto a sus derechos
fundamentales y sus garantías individuales, ya no tienen nada más en qué
fallar. Han fracasado rotundamente.
Si no existe seguridad no hay tranquilidad, no se vive en paz, no hay armonía
social. Las inversiones no llegan y el empleo se espanta. Los mercados se
truncan y la corrupción se desborda. Se derrumba el estado de derecho y con
ello, los derechos de los individuos en el estado.
Los balazos se combaten a balazos. El estado no puede renunciar a ejercer su
derecho al monopolio legítimo de la violencia ni hacer concesiones. Mano dura,
decisiones valientes, mucha inteligencia y respeto a la ley. Esa es la solución,
como se aplica en Coahuila.