
La guerra de los lobos
Imaginen por un momento que se topan con la lámpara de Aladino, la frotan,
se aparece el genio y les concede un solo deseo. ¿Cuá sería? ¿Pedirían algo
personal como una cuenta bancaria infinita, una mansión enorme, poder
ilimitado para controlar a la gente? ¿O más bien escogerían algo más noble
para la humanidad como acabar con la pobreza o que no hubiera niños tristes
en el mundo?
Confieso que la primera vez que estudié las teorías de Thomas Hobbes me
dejaron una sensación de escepticismo. Para el filósofo inglés el hombre es
malvado por naturaleza, dominado por las bajas pasiones, víctima de un
irremediable egoísmo. “El hombre es el lobo del hombre”, profetizó en su
Leviatán hace casi 4 siglos y de no ser contenido por una autoridad superior
que lo atemorice, el ser humano es capaz de las peores atrocidades en contra
de sus semejantes.
Pero al estudiar la historia de la humanidad nos damos cuenta de que quizá
Hobbes no exageraba: desde Calígula hasta Stalin, desde Gengis Kan hasta
Hitler, desde Atila hasta Iván el Terrible, sin olvidar los métodos de ciertos
grupos criminales y terroristas del presente siglo, la constante es la brutalidad
para tener más poder.
Pero, por otro lado, existen innumerables casos de seres humanos que han
mostrado una bondad infinita, que se han sacrificado por sus semejantes
dando incluso su vida por ellos o por una causa noble. Vienen a mi mente los
nombres de la madre Teresa de Calcuta y los cuidados cariñosos con los que
cuidó a los pobres y enfermos, Abraham Lincoln y los miles de esclavos que
emancipó de esa condición gracias a sus convicciones y voluntad
inquebrantable, Gilberto Bosques, considerado el Schindler mexicano, y los
cientos de judíos que salvó de una muerte segura arriesgando su propia vida
durante la Segunda Guerra Mundial, aprovechando su posición de cónsul en
Francia.
Por cierto, cuando le pregunté a Lilia María, mi hija de 11 años, qué deseo
pediría si fuera ella quien despertara al genio de la lámpara, me dijo:
“Sabiduría papá, para poder descubrir la cura contra el cáncer y salvar miles
de vidas”.
Yo no creo que el hombre sea el lobo del hombre, parafraseando nuevamente a
Hobbes. Más bien, como reza el antiguo cuento indio, creo que dentro de cada
persona hay una lucha permanente entre dos lobos: uno negro, que representa
el odio, las bajas pasiones, el egoísmo, la avaricia y el rencor; y uno blanco,
que enarbola la armonía, la solidaridad, el respeto, la tolerancia y el amor.
“¿Y cuál de los dos lobos gana abuelo?”, le preguntó el nieto al decano de la
tribu Cherokee cuando le contó la historia. “El que tú alimentes, hijo. El que tú
alimentes”, le contestó.
No existen lámparas de Aladino ni soluciones mágicas para vencer los grandes
problemas que aquejan a la humanidad, como la desigualdad y la pobreza.
Pero lo que sí existe son las acciones de las personas que alimentan al lobo
blanco y esas son las que hacen la diferencia.