
Un impuesto al corazón
Una nueva propuesta del gobierno norteamericano ha encendido el debate y
las alertas: imponer un impuesto a las remesas que los migrantes mexicanos
envían desde Estados Unidos a México. La sola idea de gravar el esfuerzo de
quienes han dejado su tierra en busca de un futuro mejor resulta no solo
económicamente riesgosa, sino moralmente reprobable.
En 2024, las remesas alcanzaron un récord histórico de cerca de 65 mil
millones de dólares, superando por aproximadamente el doble a la inversión
extranjera directa, a los ingresos por turismo y a las exportaciones petroleras.
Más de 5 millones de hogares mexicanos, esos ubicados en regiones de mayor
necesidad, son los receptores de las transferencias: algo así como 20 millones
de mexicanas y mexicanos.
Las remesas son más que cifras: son el sustento de millones de familias, el
pago de útiles escolares de una niña, la medicina de un abuelo o el capital para
un pequeño negocio de un joven. En México las remesas representan el 3.4%
de la actividad económica, pero en estados como Michoacán, Zacatecas o
Guerrero, equivalen a casi el 15% del PIB local.
Imponer un impuesto es castigar doblemente al migrante: por irse, por
arriesgar, por trabajar y ahora, también por enviar. Además de injusto,
implicaría una doble tributación, pues el trabajador ya paga impuestos en
Estados Unidos sobre sus ingresos, y ahora se pretende gravar lo que entrega
con sacrificio a su familia.
La medida podría provocar pobreza en comunidades enteras, afectando el
consumo, la estabilidad y la cohesión social. Y paradójicamente, de concretarse
la medida, a Estados Unidos le resultaría contraproducente: más pobreza en
México implicaría más migración hacia su territorio.
Además, la lógica supondría que al implementarse el gravamen los migrantes
buscarían formas alternas e informales para enviar las remesas,
incrementando el descontrol y fomentando el lavado de dinero.
El gobierno federal ha negociado una reducción del 30% al impuesto
propuesto, bajando la tasa del 5 al 3.5%. Buen avance, debemos seguir por esa
línea, porque el problema no es solo la cantidad, sino el principio. Gravar la
solidaridad es un error ético y estratégico.
Las remesas no deben convertirse en moneda de cambio política. Son el
corazón de millones de hogares. Y si se ataca el corazón de México, todos
perdemos.