
La Guelaguetza
Hace unas semanas tuve la oportunidad de visitar Oaxaca con mi familia.
Llevamos a nuestros hijos a conocer Monte Albán, centro ceremonial de la
cultura Zapoteca por excelencia. Como es parte del contenido académico de
las lecciones que están viendo en la escuela, estuvieron muy interesados y
participativos en el recorrido.
Durante el trayecto, el guía nos habló con orgullo sobre la Guelaguetza.
Aunque no coincidimos con las fechas de su realización, su forma de describirla
fue tan elocuente, que parecía que la estábamos viviendo. La celebración es
relevante no solo por lo que se ve y se escucha en los festejos: los trajes
típicos, la música de las regiones, los bailes llenos de identidad… sino por la
profundidad de su significado.
La palabra Guelaguetza proviene del zapoteco y significa “ofrenda” o
“compartir”. Mucho antes de convertirse en un espectáculo cultural, era una
forma de vida entre los pueblos originarios. Cuando alguien se casaba, tenía un
hijo o enfrentaba una necesidad apremiante, la comunidad entera se unía para
ofrecer lo que podía: alimentos, objetos, trabajo, compañía. No era caridad, era
reciprocidad solidaria. Se daba con la certeza de que cuando llegara el
momento, ese gesto sería correspondido.
Esa especie de tanda primitiva era como invertir en un banco, no dinero, sino
acciones, bienes materiales y actitudes. A veces se llevaba un registro de los
mismos, pero casi no se utilizaba, no era necesario, la fraternidad de la
comunidad era la regla.
En esos actos sencillos y poderosos se sostiene la verdadera riqueza de un
pueblo: en el compromiso mutuo, en la empatía, en estar ahí cuando el otro lo
necesita.
Hoy, la Guelaguetza se celebra los dos lunes más cercanos al 16 de julio en el
Cerro del Fortín. Es una explosión de cultura de las regiones del estado, una
muestra de lo mucho que tiene Mèxico para ofrecerle al mundo. Pero más allá
del escenario, la esencia sigue viva: el espíritu de colaboración, el sentido de
comunidad, el valor de nuestras raíces.
En tiempos donde parece que cada quien va por su cuenta, mirar hacia estas
tradiciones nos recuerda que la verdadera fortaleza de nuestra sociedad está
en el “nosotros”, en la solidaridad de nuestros pubelos, en la empatía de
nuestra gente. Que cuando compartimos lo que somos y lo que tenemos, nos
hacemos más grandes todos.
La Guelaguetza no es solo una fiesta. Es una lección de vida. Es la escencia de
nuestros pueblos originarios, es la escencia de México. Y esas son las
tradiciones que debemos de proteger y perpetuar como mexicanos porque en
ellas vive lo mejor de nosotros.