
El poder de la ambición
Solemos asignarle al término “ambición” una connotación peyorativa. Con
frecuencia le colgamos a una persona el adjetivo de “ambiciosa” cuando
queremos resaltar sus pretensiones infinitas, sus aspiraciones ilimitadas y sus
ansias desmedidas. Creemos que ambición es sinónimo de avaricia y, por lo
tanto, se encuentra en el grupo de los antivalores.
No necesariamente es así. No imagino la fisionomía del mundo actual sin las
pretensiones infinitas de Alexander Fleming por combatir a los patógenos, las
aspiraciones ilimitadas de Cristóbal Colón por descubrir un nuevo mundo o las
ansias desmedidas de los hermanos Wright por volar y conquistar el espacio
aéreo.
Una ambición bien encauzada, dirigida y controlada puede ser una gran
herramienta en nuestro desarrollo profesional y personal. Para tal afecto y que
no se desvirtúe en algo negativo, la ambición tiene que cumplir con ciertos
requisitos:
Originalidad: la ambición tiene que ser genuina, no forzada o inventada por un
capricho. En este caso, como en otros, invocar a nuestro niño interior nos
ayudará a reencontrarnos con nuestras aspiraciones infantiles y sueños
juveniles que, adaptados a la realidad, pueden ser una guía muy útil.
Realista: la ambición debe ser retadora sí, pero no imposible. Los objetivos
fuera de alcance no hacen más que estresarnos en el proceso y deprimirnos en
el resultado.
Especificidad: las ambiciones no pueden ser ambiguas ni vagas, sino
específicas y puntuales, de otra forma no tendrán límites ni topes y serán una
fuente permanente de frustración e insatisfacción.
Persistencia: con los años perdemos consistencia y confianza, por lo que nos
hacemos menos tenaces. Debemos de entender que casi nada en el mundo
resiste a la persistencia de la energía humana. Si caemos hay que levantarnos
con más ganas. Si no fuera por la persistencia de Tomás Alva Edison, no
tuviéramos luz en nuestras casas.
Intensidad: para conseguir una ambición debemos desearla lo suficiente como
para realizar los sacrificios necesarios y no desfallecer. Decía Aníbal, el
legendario general de Cartago: “Encontré el camino o si no, lo haré”. La fuerza
que Muhammad Alí, Pelé o Tiger Woods le imprimieron a los esfuerzos para
conseguir sus metas los ha convertido en leyendas en sus respectivas
disciplinas deportivas.
Valentía: de niños somos muy intrépidos, pero con los años nos volvemos más
precavidos. Confundimos la prudencia con la timidez, la cautela con la
comodidad. No podemos esperar grandes cambios ni conseguir los objetivos
propuestos si no corremos los riegos. Para retomar la senda del arrojo, la
estrategia es hacerlo poco a poco, con pequeños ajustes diarios.
Así que seamos ambiciosos, no hay nada de indigno ni falto de moral en ello.
Claro, siempre y cuando actuemos dentro del marco de la ley, del respeto a los
demás y poniendo en práctica nuestros valores. El poder de la ambición bien
dirigido mueve montañas.