
Terminator
No soy muy fan de la saga de películas de El Exterminador (Terminator en
inglés), protagonizadas, cuando menos las primeras, por el actor y
exgobernador de California, Arnold Schwarzenegger. Pero debo reconocer que
algo tienen de especial que han cautivado al público durante más de tres
décadas, ya que la primera se estrenó en 1984 y la última, creo que la sexta,
en 2019.
Quizá lo que la haga tan atractiva como para trascender a las generaciones sea
la base de su argumento de ciencia ficción. Temas como el poder viajar a
través del tiempo, así como la independencia y rebelión de las máquinas,
dotadas de libre albedrío, aunque adelantados a su tiempo, atrapan a las
masas tanto por su espectacularidad como por las reflexiones que nos obligan
a hacer.
Hace poco vi una de ellas. Tenía mucho de no hacerlo. Lo complejo e irreal de
la trama no fue obstáculo para echar a volar mi imaginación, ¿qué tal si…? El
vivir en mundos paralelos, producto de la posibilidad de volver al pasado,
genera pensamientos inquietantes sobre las disyuntivas en nuestras vidas.
En la historia del filme los robots destruyen las principales ciudades del mundo
hasta los cimientos, dejando pocos sobrevivientes sobre el planeta. No pude
evitar imaginarme, con todo el conocimiento y la experiencia adquiridos por la
especie humana a través de los siglos, sobre cómo serían las nuevas ciudades,
suponiendo que algún día puedan erradicar la amenaza de las máquinas
movidas por esa avanzada inteligencia artificial. Es decir, ¿cómo sería una
ciudad ideal?
Si tuviéramos la improbable posibilidad de reconstruir una ciudad desde ceros,
lo primero que yo realizaría sería un complejo trazado subterráneo. No
solamente la obligada introducción de los servicios como agua, drenaje, gas,
fibra óptica y energía eléctrica (ni un cable en la superficie), sino también
invertiría en un metro funcional y un eficiente sistema de drenaje pluvial, para
evitar inundaciones.
Las calles serían completas. Es decir, con banquetas anchas, ciclovías
suficientes y avenidas amplias que prioricen la movilidad mediante el
transporte público, en ese orden de importancia. El énfasis sería en la
promoción de la vivienda vertical y los usos mixtos, para reducir los tiempos de
traslado y abonar a las horas de convivencia familiar.
Un gran bosque urbano sería el epicentro de las ciudades y las áreas
municipales grandes y verdes. Los condominios y casas deberán construirse
con materiales térmicos, con páneles solares y dispositivos para captar las
lluvias y ahorrar agua. La planta tratadora instalada estratégicamente para que
surta de agua residual a la zona industrial, la cual sería conectada por un tren
ligero con las zonas habitacionales.
Nuestras ciudades se construyeron hace siglos según las necesidades,
tecnologías y posibilidades de aquellas épocas. De esa antigüedad son muchos
de los problemas que padecen. Pensar en la ciudad ideal nos ayuda a trazar
una ruta del deber ser y actuar en consecuencia. Con el compromiso y la
participación de todos poco a poco se puede ir haciendo, sin la necesidad de
un Terminator que llegue a destruirlo todo.