
Sin fanatismos ni dogmatismos
La confianza en el consumo de alimentos que han visto modificada su base
genética ha mermado en las últimas décadas, desplomándose en los últimos
años. Los altos índices de autismo diagnosticado en los niños y el aumento en
el número de casos de cáncer en los adultos hacen que la sociedad,
inevitablemente, levante la guardia. Desgraciadamente, la incorporación de la
desinformación y el fanatismo en el debate espantan la razón y fuerzan
decisiones incorrectas.
Quizá no nos hayamos percatado, pero la mayor parte de los alimentos que
consumimos ya han sido modificados genéticamente por el ser humano a
través de los siglos. Vemos vacas y toros en los corrales y en las engordas,
pero ¿por qué no los vemos en la naturaleza? Porque no existen en ella. Nunca
han existido. Lo que había antes era un animal vacuno llamado uro que el ser
humano comenzó a domesticar para beneficiarse de su leche, de su carne y de
su piel. Después de siglos de cruzas selectas y control reproductivo, obtuvimos
las diversas razas de reces que actualmente nos alimentan.
Lo mismo sucede con los pollos y con los cerdos. Estos últimos muy parecidos a
sus parientes cercanos, los jabalíes y los marranos salvajes, pero nunca será
igual el sabor y la consistencia de su carne, ni mucho menos la docilidad en su
manejo.
Con las frutas y verduras pasa también algo parecido. El descubrimiento de la
agricultura, el invento del arado y el dominio del fuego nos llevaron a consumir
alimentos que antes no comíamos, como los granos y los tubérculos. Con la
selección manual de las mejores semillas para asegurar la siguiente cosecha se
atentó contra la aleatoriedad del proceso y se comenzó a alterar su
composición genética.
Con la colonización, muchas plantas migraron de continente, teniendo que
adaptarse a las nuevas condiciones climatológicas y del suelo. El café,
originario de África, ahora es producido principalmente en América y Asia; el
cacao, nativo de Centroamérica, ahora es cultivado mayoritariamente en los
continentes asiático y africano; por mencionar algunos ejemplos.
La adulteración genética basada en la domesticación y en la selección
reproductiva forzada no solo se circunscribe al ámbito alimenticio, sino también
al de carga, de trasporte y de compañía. El caballo, como lo conocemos
actualmente, es una alteración genética de lo que fue el extinto tarpán, muy
chaparro, por cierto. El perro es el resultado de una serie de cruzas dirigidas de
los lobos más adecuados para los propósitos y la convivencia de la especie
humana.
Los problemas creados por el ser humano, como la sobrepoblación y la sequía,
no los resolverá la naturaleza. Deben ser resueltos por la inteligencia humana.
Debatamos el tema de manera pragmática, sin dogmatismos y mediante el
método científico. Una decisión mal tomada puede dejar a muchas personas sin comer.